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El mundo espera “testimonio cristiano”, no propaganda. (Revuelo de hábitos y tocas)

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imagesCA6AMOEHLa anécdota que voy a contar me sucedió entre los años 1993-96, siendo yo párroco de la parroquia de los Sagrados Corazones de Madrid. Hubo un encuentro de religiosas con el cardenal Suquía, en el templo, aprovechando su amplitud, preparatorio de la inminente visita del papa Juan Pablo II. Acabó poco antes de las 8,30 hs., horario de la misa diaria de la tarde. La celebraba yo. Al final del evento se comunicó a las religiosas que se distribuirían entradas especiales para el encuentro que el Papa tendría con los miembros de Institutos de Vida Consagrada femeninos. La distribución comenzaron a realizarla en la actual capilla penitencial, donde se ubica la estatua de San Damián de Veuster. La algarabía era tan homérica y monumental que no había manera de celebrar la misa una vez iniciada. Me presenté revestido con alba y estola en la capilla. Increpé a las religiosas, primero con modos y formas propias del templo, después más enérgicamente.

Ante el nulo caso que me hacían, pues en su alto grado de histerismo ni se enteraban de mi presencia, me puse de pie en un banco y chille como un poseso. ¡Nada de nada! No llevaba cíngulo, que nunca uso. Así que enarbolé la estola como cuerda o látigo y comencé a atizar a las monjas de las últimas filas, “allí donde la espalda pierde su casto nombre”. Ni así se enteraron, tal era el grado de “exaltación mística” en que se encontraban. Pensaréis que exagero, pero es rigurosamente cierto, y tengo testigos que incluso leen este blog. A todo esto las religiosas vestidas “de calle”, en un signo de madurez y prudenecia, se habían retirado nada más acabar el encuentro con el cardenal. Solo quedaban las religiosas uniformadas con sus hábitos. La escena resultó patética, de esas que le hubiera gustado filmar a Buñuel. Me indigné y me prometí a mí mismo no olvidar nunca, -¡cosa que jamás me había sucedido, pero por si acaso!-, que el señor y príncipe de nuestras vida es solo el Señor. Nadie más.

Viene esto a raíz del contencioso que se ha armado con la exigencia de los organizadores de la JMJ (Jornada mundial de la juventud) de que las religiosas que quieran acceder al encuentro con el Papa en El Escorial (como los que no son o no han vivido nunca allí confunden los dos pueblos, tal vez sea en San Lorenzo de el Escorial, que es lo más probable) solo puedan hacerlo vestidas con hábito. El caso es que muchas de ellas, escrupulosamente dentro de la normativa actual de sus estatutos o reglas, hace tiempo que dejaron el hábito tradicional con todos las bendiciones de la autoridad eclesiástica. Los organizadores del evento de la JMJ se constituyen así en ilegítimos legisladores canónicos, o pseudo legisladores, mejor. No me extraña nada que una religiosa salesiana haya respondido enérgicamente con razones adecuadas y sólidas.

Dos de los principales argumentos que dan los organizadores son igualmente falaces y sin fundamento. Uno: afirman que en el  “ordenamiento vigente en la Iglesia los miembros de institutos religiosos deben llevar hábito”. No es verdad. Los institutos que, como Sagrados Corazones, y tantos otros, optaron en sus correspondientes capítulos generales por permitir a sus miembros la libertad de vestir el hábito tradicional u otra vestimenta digna, de calle, están cumpliendo rigurosamente con sus reglas. Además esos cambios fueron, en todos los casos, aceptados por la autoridad de la Congregación romana para los Institutos Consagrados. No hay que confundir ordenamiento canónico con tendencias o gustos de los jerarcas del momento.

Dos: usar el hábito tradicional sería un “modo de identificarse en una sociedad con tantos signos de secularismo”. Pero, ¿qué quieren estos señores, ser más cristianos que Cristo? El mundo siempre ha sido, es y seguirá siendo secular. Por definición. Lean el Evangelio de Juan. Cada vez me temo más que hay una ignorancia bíblica y teológica, rayando en lo supino, en ciertos círculos administrativos de la organización eclesiástica. Y que confunden testimonio con propaganda. Ni Jesús, ni Pedro, ni Pablo, ni Santiago, ni Marcos, ni Lucas, ni Tito, ni Timoteo, ni María, ni María Magdalena, ni Lino, Cleto, Clemente, o Sixto, y un largo etcétera, usaron nunca un hábito peculiar alusivo a su pertenencia cristiana. Es más, tenían prohibido por la ley del Arcano, manifestarse pública y ostentosamente como cristianos. Pero los reconocieron como tales, ¿Por sus hábitos? Ni hablar. Por su vida, por sus hechos, y, cuando fue necesario, para “dar la razón de su esperanza”, por su palabra.

Hay un cristiano, obispo, en Brasil, que nunca va vestido de clérigo, excepto si preside alguna celebración, cuando es exquisitamente correcto y estético. Me refiero a Pedro Casaldáliga, el hombre con más poder de convocatoria  de Brasil, en los años setenta y ochenta. He visto con mis ojos llenar un polideportivo de Sâo Paulo con un aforo de cuarenta mil asientos, con tan solo veinticuatro horas, el día anterior, desde el anuncio del evento. Y unos dos mil o tres mil asistiendo desde la calle con megafonía. Y todos, jóvenes. Y la mayoría, agnósticos, aunque respetuosos con el hecho cristiano. Y he sido testigo de  la tremenda audiencia, y el grandísimo respeto hacia él, de D. Paulo Evaristo Arns, cardenal de Sâo Pulo, a quien jamás vi, fuera del templo, con sotana, y ni tan siquiera con clergyman. Siempre de paisano, sencillo y cercano.

No, no es verdad que a un mundo secularizado, es decir, al mundo, sin más, le sirva como testimonio y llamada a la fe, el uso de vestimentas que recuerdan una sensibilidad religiosa de otros tiempos, esa sí desaparecida, ¡gracias a Dios!, en la criba de la Historia, que hace tiempo depura la religiosidad natural para poder descubrir el dato revelado, al Dios desconocido, de Pablo en el Areópago, al Dios de Jesucristo, que, ¡gracias a Dios, otra vez!, no era sacerdote, ni miembro del clero, ni vestía como los santones de la época. Más bien es al contrario. A un mundo sediento de Dios y de un testimonio auténtico del Santo y del Misericordioso revelado en Jesucristo, no se le puede engañar ofreciéndole una fácil y simplona visibilidad, metiéndole el gato de la propaganda por la liebre del auténtico testimonio.

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara             


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